Tenía una guitarra que tocaba como diestra
Imagina la pelea, así con todo.
O normal o nada.
Y normal no era una etiqueta ni un traje,
eran los clavos de un ataúd gigante.
O normal o nada, me empeñaba.
Aún sabiendo que mataba
a un león a pedradas.
Pero eso o el fuego,
eso o la sangre,
eso o la estrella
más grande que cupiera en mi pecho
y pudiera aniquilarlo todo.
Y por fin normal o nada.
No busquéis a nadie de esos días,
la fábrica cerró,
las ruinas ya son polvo.
No volvió a llamar aquella chica.
Si sois delicados y os hacéis su sombra
escucharéis tal vez sus pasos
en un caracoleo de órgano de Bach,
en la libertad de una cornisa recortada contra el cielo,
en el plácido y decadente olor de las higueras.