Me gusta tanto jugar
que me creí un juego.
Tiene tanto valor cualquier reto
como una promesa y un abrazo.
Me gusta tanto jugar
que creí en las reglas
y pensé que todos queríamos
echar una partida.
Y me dio igual no tener demasiada suerte
ni pensé en ser afortunada en otras cosas.
Me bastaba esa inquietud, pies por delante,
con la que lanzaba dados e interrogantes.
Y me dio igual que el juego terminara.
Me quedé tan tranquila allí inventando
y sabiendo sin dolor, sin amargura,
que no soy un poco más yo misma
cuando me estáis mirando.