Separados por treinta años
Gloria y Darío son el mismo niño.
Ríen con el mismo cascabel y en cascada
y sus ojos giran con cada repiqueteo.
Pierden la cuenta de los golpes
aunque su piel recuerda,
Darío cura rápido,
Gloria un poco más lenta.
Darío habla muy claro
y Gloria escucha atenta
para comprender las cláusulas de sus contratos
y negociar lo que pueda.
Gloria y Darío se entienden
con perfecta terquedad:
no discuten, se obstinan.
Separados por treinta años
Darío y Gloria son amigos
y Gloria perdona todo y aún espera
que sus ojos sigan verdes
como los de las mujeres
donde ella persevera.
No para comprender la geografía y la historia,
sino la brecha,
separadas por treinta años también ellas.