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Gratuito

Si de las maderas dependiese que yo fuera,
no tendría fuerza propia, no tendría
la preocupación
de haber herido
al pasar mi hoja del envés.

Soy granada, alambrada que te oprime, concertina
que te ayuda cuando jirones
son tus manos.

El disfraz del disfraz de una droga que no engancha.

Ínfima mota de polvo.

Olvida, por favor,
olvida este poema.

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Salto violento

Hablo con los muñecos de cera,
responden, todo responde ya
con un corazón de cirugía conectada.

Ya es imposible la soledad o la locura, tienes
a un robot jurándote amor/sudor/confort.

Y yo hablo y me empeño en la ternura de la piel rasgada,
hablo y me empeño en los muñecos de cera
que no responden,
que no tienen permiso
para salir del museo.

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Novedades: La voz en la medianera

Una moto. Un paisaje urbano. Psicólogos. Impuestos (IVA e IRPF, sobre todo). Una ciudad hostil. Sus habitantes. El amor. El amor a una ciudad hostil. El amor a una ciudad hostil por sus habitantes. La incomprensión. Lo humano. Una voz que empieza a sonar familiar. El insomnio. La fortaleza que se encuentra donde ya no hay nada. Las paredes sin pintar. Los huecos que se llenan como se puede. Humor negro, humor tonto, tragicomedia. Un collar con treinta y cinco cuentas.

Este ha sido un viaje donde nunca estuve sola porque me acompañaba yo misma. Aquí, mis obsesiones, mis recuerdos y mis deseos a futuro. Para que nada quede sin terminar.

¿Dónde conseguir La voz en la medianera?

En este enlace puedes comprar el libro online o ver en qué librerías de España está a la venta. También lo encuentras en librerías grandes como Fnac, Casa del Libro, El Corte Inglés o Amazon.

Feliz lectura.

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Fe

Hay cosas que me repito para acabar creyéndolas,
para, en vez de contar lo sucedido, que suceda lo contado,
conjurar con mis palabras el hecho incontestable.

He creado un palacio de pobreza y malas hierbas.

Y ahora sube por la avenida del este,
mirando más bien a La Meca,
la única noticia que me atañe y nunca oiré:
cuando yo muera
podrás narrarlo como gustes,
si crees que puedes afrontarlo.

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Casi algo

No daré la espalda a la melancolía.

La invitaré a cruzar y a quedarse lo que quiera.

No diré no puedo más, no me opondré
con los brazos en cruz empujándola hacia afuera.

Un día solo lo sentiré veintitrés horas;
otro, ya no lo pensaré hasta después de amanecer.

La noche se hará corta,
aunque siga apareciendo esa imagen
mientras río en las fiestas de todas las cosechas.

No negaré que extraño las palabras,
honraré cada una de las que recuerde,
sonreiré cuando un acorde me vacíe la espalda,
sentiré el arañazo, pero también dulzura.

Tener esta medalla significa
que allí hubo amor, que sirvió de algo,
que el grano de arena que se convierte en perla
fue un trabajo del que sentir orgullo.

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Laberinto

No puedo ser la niña buena y también la mala,
la mosca muerta, la femme fatale.

Cuidado con la obediencia.

No soy total y pánica, no llego a todo.

Cuidado con el ego de no admitir que me equivoco.

No hay cristal que no sea frío, no hay clemencia
que no traiga algo de pérdida.

Cuidado con no entender que el desierto
es también un laberinto.

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Segundo trimestre

Mientras me sube la fiebre como sube el café,
casi con alegría, sabiendo
que si enfermo es que vivo,
con un mareo que dicen que las drogas
pueden darte, pero tengo más experiencia
en jaquecas y migrañas,
veo cómo el hielo patina los tejados, pienso
en no ser nada, menos que esa urraca, pero entonces
¿cómo podrán encontrarme?

Ahora siempre hace frío.
Y quizá es mejor así.

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Prólogo

Un psiquiatra es un médico, pero un poco más humano que el que te dice tose, tose más fuerte, más fuerteeeee. Te pregunta tu nombre y si tienes dos nombres te pregunta por cuál quieres que te llame, es un detalle. Te pregunta si te puede tutear y te sonríe a menudo (bueno, esto es 2023 y en el médico llevamos mascarillas, pero sus ojos ríen).

Fui el otro día al psiquiatra. Era la segunda vez que iba (pero a él le mentí sin querer porque había estado hace muchísimo y no lo recordaba y cuando me lo preguntó le dije que era mi primera vez, cual falsa virgen de La Celestina). En esta ocasión el psiquiatra era gallego. Tardé un tiempo en darme cuenta y me sentí mal porque tengo el reto conmigo misma de identificar todos los acentos que pueda. Este señor (yo no le he preguntado si puedo llamarle señor) debía de llevar mucho tiempo ya en Madrid. O quizá no quería que se le notara. Me fijo mucho en eso. O en cuándo sale más claro el acento. Me encanta. Pero andar fijándome en eso me quita atención de otras cosas importantes y por eso a veces no me entero de las conversaciones.

Me parece fascinante ver las diferencias y sobre todo las semejanzas que hay con los psicólogos. Y no es que haya estado en tantos, pero hay patrones. El otro día el psiquiatra hizo la misma, LA MISMA cosa que todos: coger un folio y hacer dos columnas e ir apuntando lo que le decía en cada columna. Preguntas muy concretas que yo sabía lo que andaban buscando (TEA, TLP y otras siglas con la preciosa T delante, sin embargo no me hizo otras preguntas que yo esperaba recibir). El caso: al final todo lo que eres es ese folio. A ver, no, eres muchas cosas, pero me hace tanta gracia y me da casi placer ver cómo dividen el folio en columnas. Tu salud mental es una tabla de Excel. Es algo casi ritual, mágico. Un tío concentrado en un folio mientras tú miras al vacío y rrrrrriiiiis, la rayita de las columnas mientras observas cómo tu vida va cayendo en una o en otra, cuál será el trastorno afortunado.

Yo no tuve suerte. O sí, según se mire. Resulta que como siempre he sido ambigua, ni una cosa ni otra. No estoy suficientemente mal para ir a un psiquiatra ni suficientemente bien para caminar sola.

Pero solos venimos al mundo y solos nos iremos. Acompañados de nosotros mismos, al menos.

Y con todo esto puedo hacer arte. Yo también puedo trazar líneas y rellenar espacios y huecos y crear un mundo concreto con palabras que voy colocando. Y lo haré. La pared en blanco puede convertirse en cualquier cosa.

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Me engaño solamente

El último poema,
la nota que deslizo hacia los restos.
No sé si tabla rasa, si picas y espadas, sí, tal vez,
tal vez quisiera otro momento
inolvidable de corazón reventado.

Me miento hasta los huesos, ni lo dudo.
Qué espero del oriente. Nada espero.
Ni es el final ni es un transcurso.

Puedo seguir celebrando las victorias
de pequeñas guerrillas. Nada espero.
Puedo seguir fingiendo que sabemos
la respuesta inequívoca a este asunto.

O tú ganas o yo pierdo. Nada espero.
O quemo un templo y los dioses me castigan
ley en mano.
O impongo mi presencia y rebeldía.
O me engaño solamente,
hasta que baste.

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Cuenta atrás

Como el proyecto Manhattan,
con mucho tiento, con mucha mano,
estuve varios meses calculando
la distancia
cerca-lejos,
buscando el punto concéntrico
entre tu línea y mi raya,
dejando espacio a tus palabras, cerrando
el grifo a presión de las mías.
Con cuidadito, con elegancia,
por si te asustaba, por si me pasaba lo de siempre,
despacio, con mucha calma,
y a veces con impaciencia,
toda la grada «ánimo, no te rindas,
merecerá la pena».

Toda una casualidad de reloj de arena extendiendo el tiempo,
¿y si algunos días no existieran?
Casualidad y empeño,
empeño y sorpresa,
sorpresa y valentía.
No cuento ni a los proverbiales actos de ausencia,
ni a la siempre oportuna lluvia.

Tuve una visión desde que así, en bajito,
me dijiste la palabra puesta en ángulo,
desde que paseábamos por la vida en pausa. Supe
que eras un regalo con muchas capas,
pero un tesoro,
y yo siempre tuve alma de pirata.

Tuve una visión de holocausto nuclear,
y ahora, más que un proyecto,
eres lo que ocurre cuando los dioses mueren:
que nace el hombre
defectuoso y perfecto.

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La mujer del césar

A varios cielos de ti,
siempre agradeciendo el gesto:
si entre nosotros no nos ayudamos
qué podemos esperar de aquí o hasta ahora.
Debí desconfiar de malas lenguas
y creerte a ti que me aniquilas
a base de sonrisa y buenas obras.
Pero reconozcamos, que no nos oigan,
que hay maneras elegantes de hacer las mismas cosas.
Prometo coger aire las próximas mil veces,
pero no puedo ignorar épocas más venturosas,
conviene conectar bien los circuitos
o el amor asaltará en cualquier esquina.
Así que cuida y no profundices con tu sonda,
que de puro agradecer machaco cuerpos.
Y no permitas que otros hablen, que otros digan:
la mujer del césar, además, debe parecerlo.

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La multa

Ni un favor quiero deberte,
ningún juez estaría de mi parte.

Se ha prohibido el paso por las calles, todavía
no controlan los recuerdos y deambulo
como el loco en el pasillo que más duele,
sabiendo que el veneno
me lo sirvo yo en bandeja.

Intenté
quemarlo todo en roja hoguera,
sin embargo fue lo azul lo que vino a visitarme.
No inyecté el aceite necesario.
Encontré
el libro con todas la respuestas. Y no era mío,
y no pude disfrutarlo.

Ni un favor quiero deberte, piensa
que no existo, que nunca
hubo aquí ninguna puerta presentando hogar,
que ya no quiero la novela que no acaba, que me quedo
como estaba y me escapo de la cárcel.

La multa
está pagada.

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De tanto en tanto

Yo sé que ya estás lejos, que esto que veo
es la estrella que murió y sigue
alumbrando a incautos.

Yo sé que aunque me hablas
no eres tú exactamente,
que no tengo derecho a voto,
que la réplica es el riesgo al látigo
y que cojo
las miguitas del camino
de
vuelta
a
casa.

Yo sé que te has marchado,
que aunque te empeñes en tu presencia,
limpio tu tumba
de tanto en tanto.

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No se ha soltado

El grano de sal que se diluye
porque olvido detergente es suficiente
para apagar la antorcha de cien soles,
porque mis garras pueden ser enormes
y aún así no hacer frente a mi cansancio.

Tú ya crees que he lavado este cuerpo endurecido
con el que te llamo a gritos,
tú aún presientes esa huida que no hago,
la que finalmente acabaré sellando
por no poder convencerte
de que esta correa
no se ha soltado.

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Bajo el agua

¿Cuántas más cosas habrá que meter bajo el agua,
dime? ¿Cuántas
veces me negarás para que pueda salir el sol mañana?
¿Cuántas ramas tendré que cortar a este olivo? ¿Se puede
vivir con briznas de luz?
¿Cuándo dejaré de mover los brazos bajo el agua,
dime? ¿Cuándo consideras
que este cuerpo está ya ahogado?