No ver no es ceguera,
es fábula narrada
donde los brazos sienten una piel
que no está pero se arrulla.
Justo a la altura de mis bíceps
son las manos sin ser manos
unos dedos que se aprietan
suavemente.
Toco la sombra de una sombra
que sustituye a la sombra de un recuerdo.
Rozan mis hombros los impulsos
nerviosos de un abrazo
esperando el día
(más cercano, más iluso)
en que las manos toquen más que ausencia
y la espalda reciba su consuelo.