En mi espejo se reflejó todo aquello
triste y amable, dulce y cansado
que tú también sentiste.
Ni una lágrima,
una o dos palabras.
Mi mano en el cristal
acercó tu mano al otro lado,
totalmente simétricos,
los mismos enfrentados.
No hubo mentiras,
pero no fue la tierra prometida.
El camino interior que ya no piso
no entendió no ir por la orilla:
o todo o nada.
Y yo creía que sabría
cómo hacer la magia blanca:
poder entrar por la trampilla
hasta tu corazón y verlo.
Tras suspirar y entender los resultados
comprendí la lección que la vida daba:
quien te deja solo frente a tus monstruos
necesita estar solo frente a sus monstruos.