
El grano de sal que se diluye
porque olvido detergente es suficiente
para apagar la antorcha de cien soles,
porque mis garras pueden ser enormes
y aún así no hacer frente a mi cansancio.
Tú ya crees que he lavado este cuerpo endurecido
con el que te llamo a gritos,
tú aún presientes esa huida que no hago,
la que finalmente acabaré sellando
por no poder convencerte
de que esta correa
no se ha soltado.