No era un mundo real, era una isla, el oasis
que crees ver entre la sed y el ardor.
La cascada de palabras de mi boca hasta el oído
no sucedía en el plano ni en la esfera,
sino en un limbo al que se entraba
por una puerta con contraseña.
Sin cansancio,
sin polvo,
sin materia.
Cuarta dimensión donde yo me veo a mí,
yo que escucho, yo que acojo,
a mi imagen,
sin réplica o reproche.
Una cámara creada para proteger
todo lo que no puedo admitir,
todo lo que no dice nunca adiós.
Y entonces, con esta nada abrazada a mi cintura
me pregunto
¿pero qué clase de quimera
estoy persiguiendo hacia ninguna parte?