Las calles todavía,
aunque se empeñaron en borrarlas,
conservan aún las huellas
de su estado más mítico.
Los hombres todavía,
aunque se empeñaron en borrarla,
usan su intuición persiguiendo esas huellas.
Subidos a promontorios,
lo que el urbanismo llamó miradores,
dominan la parte alta de la ciudad.
Y a las siete de la tarde
ocurre el milagro del conocimiento.
Los hombres olfatean el aire rosado
y lo calibran
y saben con su íntima sapiencia
que llega la primavera
independientemente del mes que sea:
dentro
es algo más antiguo que el ángulo solar.
Los hombres llevan grabado en su esqueleto
el recuerdo de las calles que buscaron
y agradecen la caricia de la tierra
que los llama a cada uno
por su nombre verdadero.