Lo que siempre quise hacer quizá no era
construir barcos y meterlos en botellas
o escribir en las paredes grafitis ingeniosos
y por eso iba buscando acción en esos actos
válidos y curiosos, pero muy ajenos.
Llegar al punto de no reconocerme y gustarme,
llegar al punto de temer haber cambiado a mejor,
temer, como siempre, como todos, haberlo tenido,
tenerlo hasta cuándo.
Lo que siempre quise hacer era ordenarme
en este sacerdocio delicado,
actividad plena de sentido
donde una cara no es igual a otra
y ya da igual qué palabras elijas
mientras acaricies la cabeza adecuada
con algo de fuerza y seda entretejidas.