Hay una persona
que me camina por encima,
me sobresalta,
me sobrestima,
me salta los plomos con alicates verbales,
me baja la guardia,
me fascina.
Esta persona ni es grande, ni es pequeña,
ni es joven, ni es vieja,
pertenece al mundo atemporal de la alegría perenne,
de la punta de lágrima en ballesta.
Me quiere, sin más, me quiere como soy,
me quiere por ser yo,
y me quiere como aman las madres a los hijos,
y la quiero como no siempre aman los hijos a las madres.
Hay una persona,
todavía me parece milagro,
que me sigue a donde voy,
que se admira con lo que hago,
que me busca, que me busca,
y que, intento prometerlo, prometo intentarlo,
me encontrará esperando.