
Recuerda aquella vida
de tardes empolvadas,
signos que abrazan nada y la ventana
devolviendo siempre igual cuatro estaciones.
Lo único a lo que podías aspirar era a ese timbre
que sonaba cada algo y te decía
sin palabras
qué guapa que estás hoy, qué maravilla
saberte aquí a mi lado, hagamos algo.
Y nada ha cambiado desde entonces,
el mismo interrogante que abre y cierra,
pero ahora,
ahora ya tienes tu respuesta.