
Casi todo había cambiado.
Había
pequeños aros iluminando.
Había
ondas y no rayos esparciendo su nombre.
Había
pocos centímetros libres entre las embajadas.
Estaban
los sonidos no saliendo de las cuevas, sino
de gargantas preparadas para un banquete.
Estaban
las ganas de velocidad, aún contenidas, pero
calmando para beber bajo las palmeras.
Estaban
volando ideas que podían permitirse
escapar para ser olvidadas para siempre sin resolver.
De lo que hubo se hizo cuenta así deprisa:
esta es la deuda, envía recibos y acabemos.
De lo que habrá nadie sabe nada todavía.
Será el periódico de la mañana, última hora.
Será la línea divisoria que atraviese.
Ojalá, tal vez será
la tabla lisa que tanto se esperaba.