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Prólogo

Un psiquiatra es un médico, pero un poco más humano que el que te dice tose, tose más fuerte, más fuerteeeee. Te pregunta tu nombre y si tienes dos nombres te pregunta por cuál quieres que te llame, es un detalle. Te pregunta si te puede tutear y te sonríe a menudo (bueno, esto es 2023 y en el médico llevamos mascarillas, pero sus ojos ríen).

Fui el otro día al psiquiatra. Era la segunda vez que iba (pero a él le mentí sin querer porque había estado hace muchísimo y no lo recordaba y cuando me lo preguntó le dije que era mi primera vez, cual falsa virgen de La Celestina). En esta ocasión el psiquiatra era gallego. Tardé un tiempo en darme cuenta y me sentí mal porque tengo el reto conmigo misma de identificar todos los acentos que pueda. Este señor (yo no le he preguntado si puedo llamarle señor) debía de llevar mucho tiempo ya en Madrid. O quizá no quería que se le notara. Me fijo mucho en eso. O en cuándo sale más claro el acento. Me encanta. Pero andar fijándome en eso me quita atención de otras cosas importantes y por eso a veces no me entero de las conversaciones.

Me parece fascinante ver las diferencias y sobre todo las semejanzas que hay con los psicólogos. Y no es que haya estado en tantos, pero hay patrones. El otro día el psiquiatra hizo la misma, LA MISMA cosa que todos: coger un folio y hacer dos columnas e ir apuntando lo que le decía en cada columna. Preguntas muy concretas que yo sabía lo que andaban buscando (TEA, TLP y otras siglas con la preciosa T delante, sin embargo no me hizo otras preguntas que yo esperaba recibir). El caso: al final todo lo que eres es ese folio. A ver, no, eres muchas cosas, pero me hace tanta gracia y me da casi placer ver cómo dividen el folio en columnas. Tu salud mental es una tabla de Excel. Es algo casi ritual, mágico. Un tío concentrado en un folio mientras tú miras al vacío y rrrrrriiiiis, la rayita de las columnas mientras observas cómo tu vida va cayendo en una o en otra, cuál será el trastorno afortunado.

Yo no tuve suerte. O sí, según se mire. Resulta que como siempre he sido ambigua, ni una cosa ni otra. No estoy suficientemente mal para ir a un psiquiatra ni suficientemente bien para caminar sola.

Pero solos venimos al mundo y solos nos iremos. Acompañados de nosotros mismos, al menos.

Y con todo esto puedo hacer arte. Yo también puedo trazar líneas y rellenar espacios y huecos y crear un mundo concreto con palabras que voy colocando. Y lo haré. La pared en blanco puede convertirse en cualquier cosa.

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